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¿Recuerdas cuando no éramos niñas ni adolescentes?

Sobre tu pijama rosa frotaba mi trasero con vehemencia, en las madrugadas cortas que yacía contigo. Me desnudaba por completo ante tu actitud pasiva de primera vez. Mamá y papá dormían en silencio, pero a veces acompañaban nuestra lascivia con sus gemidos; Mamá gritaba que le encantaba aquel gran falo bien metido en su coño pensando que nadie escuchaba. Nos elevaba la libido con sollozos sucios pensando que follaba con papá en habitación aislada.

Nos hacía fantasear con ser las hembras sometidas… por papá, por tío Bernardo, por el viejo despreciable de conserjería y por cualquier torso viviente que entre sus piernas, o en dado caso; entre sus muñones, tuviera un pedazo de carne para nuestros dulces coños. Crecimos juntas entre sábanas, las mejores amigas en el día que los fines de semana  cuando la luna salía, se convertían en amantes; somos nosotras.

Una tarde cuando asistíamos a la universidad, tuvimos por fin el sexo masculino entre las piernas. Pasamos por muchos nabos con los labios, el coño y las tetas. Pocas veces nos metimos carne por el culo, eso solo pasa cuando estás enamorada, decían las barbies de la facultad, y en efecto, solo pasaba entre nosotras dos. Tú y yo como las mejores amigas, nos contamos todo. Nos revolcamos húmedas en nuestros secretos y nos tragamos los prejuicios por el coño desde pequeñas.

Hoy, con champán en los senos escribo estas líneas para el blog de un tierno enfermo que encontré en la Web. Todo mundo sabrá nuestra historia, o eso espero…

Nadie jamás, sabrá nuestros nombres.

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Fotografía:Martin KOVALIK

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Sexo en la ducha. (Parte I)

La sorprendí en la ducha, su piel mojada brillaba como porcelana en una cascada. La sorpresa de mi hembra fue color rojo en sus mejillas cuando se vio descubierta a la mitad del masaje. Segundos antes, su mano derecha sostenía el jabón que le limpiaba firmemente el culo; el ano rosa y brillante que desde luego no necesitaba más jabón. La mano izquierda estiraba los labios carnosos de su coño empapado, a la par, masajeaba su clítoris con el interior del pulgar. Ella era una maestra en el arte de la autoestimulación que desde temprana edad aprendió a satisfacerse sola. Y yo, era el único elegido que podía disfrutar de aquel espectáculo.

Entré cansado a mi hogar después de un largo día, necesitaba su sonrisa y la llamé en voz alta desde la sala sin recibir respuesta. El regalo que le había comprado se sacudía, a mi parecer, entre la caja negra que lo contenía. El sonido de un charco de agua chocando contra otro llegó a mis oídos al acercarme al baño. Había dejado de llamar en voz alta y pude cerciorarme sigilosamente de lo que pasaba en la ducha. La puerta estaba semiabierta, eché un vistazo por la ranura mientras escuchaba aquellos sonidos… y pude ver. Los gemidos de mi hembra se ahogaban al chocar con sus dientes que prensaban su labio inferior. Aquello no era casualidad, esa situación estaba sutílmente planeada para mí, sospeché.

Me sujeté el bulto entre mis muslos; lo acomodé a un lado y abrí la puerta para entrar a ver de cerca el juego. Mi amada estaba de pie bajo la regadera, con sus piernas abiertas. Acariciaba su coño con la mano y su culo con el jabón, engañaba a los fantasmas que creían se enjabonaba. Cuando presintió mi mirada volteó sonrojada, coqueta y sonriendo me enseñó sus grandes tetas al sacar el pecho y se insertó dos dedos en la pucha mirándome a los ojos. El jabón cayó, y por suerte, se deslizó en el suelo hasta mis pies. Acto seguido se frotó el trasero mordiéndose los labios y cuando el agua resbalando por su cuerpo dejó su ano sin jabón, se acercó a mí.

-Hola papito. Murmuró, eróticamente.

Me puso el culo en el bulto mientras se agachaba por el jabón, pero no lo recogió. Se quedó ahí con sus nalgas abiertas delante de mí. Con sus manos se apoyaba en el suelo como una gatita gimnasta. Yo no retrocedí ni un milímetro y sin deseos de hacerla esperar saqué mi verga hinchada por mi bragueta para frotársela en el culo.

-¡Ay papi! Te estaba esperando… a ti y a tu verga. Pude imaginar la cara de pilla, de putilla golosa y de niña traviesa que puso al decirme aquello entre risitas. Desde arriba solo veía su culo palpitando delante de mi glande, su espalda blanca dirigiéndose hacia el suelo como montaña rusa de bellas curvas, y su cabello mojado casi tocando el suelo. Entonces pensé lo preciosa que es mi hembra desde cualquier ángulo.

Azoté su trasero con ambas manos al mismo tiempo repetidas veces, ante sus gemidos pidiéndome más. Dejé mi marca en sus nalgas y la sostuve del vientre para ayudarla a levantarse. Su culo, nunca soltó la cabeza de mi falo. A penas sentía su ano despegarse de mi glande, mi nena echaba su trasero hacia atrás buscando el contacto. Y yo, movía mi cadera hacia adelante buscando su cola. Sus grandes tetas mojadas fueron invadidas por mis manos, entre mis dedos asfixiaba sus pezones mientras amasaba la carne de sus pechos. Sentí la dureza de aquellos botoncitos pálidos, sentí la dureza invadir mi pito cuando mi hembra movía su culo sobre mi garrote.

Cuando me vio desprevenido gozando de su ano, me tomó del tronco con sus manos, me condujo a la regadera con aires de cazadora. Al unísono nos fundimos en abrazos y caricias, mi boca en sus labios era un puente para penetrarla con mi lengua; su boca abierta como un abismo recibía complacida mis caricias. Su lengua resbalaba sobre la mía, el agua caliente que caía nos llenaba la boca y nos calentaba la saliva, el cuerpo… y el sexo.

Mi camisa mojada se deslizó sobre mi torso y mis brazos, con la ayuda de sus manos hábiles. Ella era una flama encendida quemando mi piel, se pegó lo más que pudo a mis células y friccionó con toda su fuerza su carne en la mía. Yo era un espectador complacido, quice esperar y gozar la impaciencia de mi hembra, su ansiedad descarada, su sexo hinchado calentándole el cuerpo, sus ganas de ser follada bajo la ducha, de hacer que su hombre eyaculara entre sus nalgas, en sus grandes tetas, en su cara, en su vulva, en su boca, o quizá… en su espalda.

Sin más deseos de esperar y ansioso de cogerla ahí mismo, tomé su pelo para enredarlo en mis dedos. La sujeté firmemente mientras cerraba la regadera y le hacía salivar con mi lengua en su campanilla. Suciamente, como buscando el vómito de una enferma que desea regresar la comida, le penetré hasta la garganta con mi lengua. Sus ojos se lubricaron al sentir mi trozo de carne al fondo de su boca, pero no retrocedió. Abrió más sus labios forzando su mandíbula y me ofreció el interior. Le escupí dentro, le llené de saliva y ella hizo lo propio; salivó tanto que nuestra baba nos escurría por las hendiduras, estaba lista. Salí, jalé su coleta y empujé hacia abajo hasta lograr arrodillarla. Sosteniéndola como a una perra amarrada que no encuentra su hueso, dirigí su cara hasta mi verga erecta.

Con un jalón a su coleta le indiqué desabrochar mi pantalón, con otro más, bajar mi bóxer y… no hizo falta un jalón más; cuando mi pito mojado salió de su prisión de inmediato se lo llevó a la boca. Me deshice de mi ropa en los tobillos y gruñí al sentir un mordisco. Mientras mi hembra succionaba la punta de mi verga para ordeñar mi leche, jalé su coleta hacia abajo para inclinar su cabeza hacia atrás. La tomé de la nuca y le hundí toda la carne gorda de mi garrote en su boca, llegando así más profundo de lo que llegó mi lengua.

-No vuelvas a morder mi amor… Yo te trato bien. Solté por los labios mientras le miraba fijamente a los ojos, acto seguido le follé la boca como semental empalmado. Entré y salí las veces que me dio la gana, mis pelotas aplaudían al chocar en su barbilla fina y sus mejillas se estiraban de una en una al recibir las embestidas de mi glande. Me movía de izquierda a derecha, de arriba hacía abajo y viceversa. Su paladar era liso como un azulejo recién pulido, pero caliente y húmedo como carne en agua hirviendo. Su lengua me acariciaba el tronco hábilmente con ternura y de vez en vez me golpeaba con desprecio en la cabeza de mi pito. Su cara de golosa me pedía semen, no hacía falta escucharla sino solo verla; solo ver sus ojos brillantes y retadores sosteniéndome la mirada. Los cerraba solamente cuando las arcadas eran tan grandes que tenía que concentrarse en abrir la garganta como una puta maestra, y así lo hacía.

Con solo ver sus mejillas rojas y su boca abierta lo más posible, podía saber que lo estaba disfrutando tanto o más que yo. Sus labios llenos de sangre tenían el mejor labial del mundo, su sangre no se corría nunca ni había que aplicarse ese rojo tan intenso frente a un espejo. Hacía falta con que sus labios apretaran mi verga para que se tornaran de un delicioso color sangre.

-¡Ah!… Sí que sabes como sacarme la leche.

-Ummmmm. (El unico sonido de mi amada eran gemidos ahogados y el sonido de una boca sedienta mamando verga).

-Me correré, putita… ¡Ah!

Ante semejante mamada gruñí como bestia y mis bolas se contrajeron. Senti la carga de mi orgasmo recorriéndome el garrote y subiendo hasta mi cabeza, bajando a mis muslos y llegando con poca fuerza a mis pies. Electricidad, energía, o quizá ninguna de las dos ¿Qué importaba? Chorros y chorros de mis mecos bañaban la lengua de mi dulce puta privada y su cara. Ella sonreía con el baño de leche y sostenía mi pene en sus manos, para asegurarse de que no lo retiraría hasta haber derramado la última gota.

-Que deliciosa leche le das a tu putita papi. Pronunció sonriéndome y sosteniéndose las tetas, mientras seguía de rodillas con su lengua lamiéndole la cara en busca de cuanto semen encontraba, escurriéndole en el rostro.

-Ponte de pie mi cielo, que tengo un regalo para ti. Sujeté sus manos mientras se levantaba y cuando estuvo frente a mí le di un beso profundo en la boca que aún le ardía. Le sonreí mirándola a los ojos y acaricié su mejilla.

-Ahora vengo mami.

No tardé ni dos minutos en volver con un paquete en mis manos. Al verlo se quedó plasmada de curiosidad mientras se frotaba las tetas. Lo abrí de una y disfruté su cara de glotona al ver aquel regalo. Su risa coqueta y sus labios siendo mordidos por sus dientes me pusieron la verga dura otra vez. El nuevo dildo de mi hembra era color rosa, de gran tamaño, con texturas curiosas en el tronco y un botón curioso en la base.

-¿Qué es eso papi? Me dijo juguetonamente haciéndose la inocente.

-¿Es un avionsito para mami? Preguntó otra vez con mucha gracia antes de poner cara de niña enfadada y chuparse el dedo índice con ternura.

-¿¡Qué no miras mi pucha papi!? Exclamó eroticamente levantando la voz. Mientras se estiraba los labios enseñándome la vulva hinchada y rosa.

-Mami no juega con avionsitos, las niñas nos jugamos con avionsitos. Y aunque es bonito, ese avioncito no tiene alas.

Ante sus juegos divertidos y cálidos no pude dejar de sonreír divertido antes de contestar.

-Tranquila mi niña.

-Ven conmigo que te enseño como jugar con tu avionsito, te prometo que volarás.

-Vale papi. Murmuró con voz de bebita y haciendo pucheros.

La llevé a la recamara y la recosté boca abajo sobre mis piernas, como a una niña mal portada que recibirá azotes en el culo. La diferencia era, que mi hembra estaba desnuda y con el ano caliente, sudándole tiernamente y dejando aroma a culo limpio cuando le habría sus nalgas. Su vagina hinchada estaba a punto de correrse con tan solo una caricia de mis manos, de mi pene o de mi boca. Escurría jugos y jugos que me empaparon elegantemente los muslos.

-¿Así se vuela papi? Preguntó casi sin aliento por estar tan excitada.

-Así putita. Respondí, mientras mis ojos se oscurecían.

Al tiempo le hundí el dildo en el culo de un golpe, logrando que su sudor salpicara un poco más allá de su ano y escurriera hasta su vulva. Presioné el botón curioso de la base dejándolo donde el nuevo juguete de mi párvula se sacudía más.

-¡Ay papiii! Despegué de golpe… Gritó sin fuerzas y respirando agitadamente.

-Voy a follarte el culo con este juguetito, después lo dejaré dentro de ti para follarte el coño con mi verga a la vez que aprietas el ano y la vagina… Vas a ver que volaremos alto, muy alto mi amor.

-Ummmmmmmmmm.

No pudo contestar más, solo movia su cola pidiendo piedad, pidiendo que parara y que no parara, pidiendo que le penetrara con mi verga de una vez. Yo le hundí el dildo más y más y comencé a follarle el ano sin compasión. Se retorcía de placer, gemía y respiraba como una puta dulce.

Estaba lista para ser follada por mi pito…

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Tú en mis dedos

¿Pueden mis dedos traer tu cuerpo? Si froto sobre mi sexo parece que aparecieras montado encima de mis muslos. Lamiendo y abriendo paso con tus manos. Mis piernas tiemblan y te siento en mi vientre desde dentro; ¿Será que no pararé nunca?

No quiero parar hasta abrir los ojos y verte penetrando lo que mis dedos ahora consuelan -verte estallando dentro de mí- Alcanzando lo inalcanzable y revelando lo oculto a esta noche lluviosa y tibia.

Traes vapor a mis ventanas, los cristales empañados dibujan tu nombre. Mis dedos siguen torturando de placer mi carne; froto y acaloro -Hiervo-

Huelo a sexo y saboreo en mi olfato este olor tan mío; tan íntimo, tan escondido en mis bragas. Te huelo a ti, te roso la piel, te humedezco el sexo y te froto el mío… me quedo desnuda, dormiré tranquila esta noche.

Mientras tu fantasma se mueve dentro de mí me acerco a la cima y estallo, con la imagen de tu cuerpo penetrándome; tan ligero, tan ardiente, como un león. Me has llevado a la cima de la gloria.

-Tan solo con pensarte.

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